¿Y
quién es mi prójimo? La parábola del
buen samaritano (Lucas 10:25-37)
Esta
parábola es quizá la más conocida junto con la del hijo pródigo. Si nos fijamos, Jesús la describe debido a
una pregunta con mala intención de
parte de un intérprete de la ley (escriba experto en la ley de Dios). ¿Quién es mi prójimo? Pregunta el escriba queriendo justificarse. Acaso hay una línea divisoria entre las
personas que debo amar y las que no debo porque las considero que no son mi
prójimo. El amor a los demás como el
servicio, debe hacerse de manera libre y sin acepción de personas. Si aspiramos a involucrarnos a servir a
nuestro prójimo, debemos aprovechar toda oportunidad que se nos presenta y ser
espontáneos cuando aparezcan. Tal como
el samaritano, debemos acercarnos al necesitado no esperar que ellos vengan a
nosotros. Cuando hablamos de servicio
nos referimos a la acción de buenas obras (no para ser salvos, Ef. 2:8-10), las
cuales son fruto de nuestra
salvación.
La conversación se da entre Jesús y
un intérprete de la ley. Una persona que
conocía muy la ley mosaica. Este hombre la hace dos preguntas para probarle (v. 25). Quizá quiso poner en evidencia a Jesús si
efectivamente conocía la ley como él. Maestro, ¿haciendo qué cosa heredaré la vida
eterna?...¿Y quién es mi prójimo? Su
primera interrogante tiene que ver con lograr la salvación por obras. Haciendo qué podría ser salvo. Debemos tener claro, que nadie es salvo por
sus obras. Todo es por gracia (Ef. 2:8-9). La respuesta dada por el intérprete es
acertada (v. 27). Bien has respondido, haz esto, y
vivirás (v. 28) fue la respuesta dada por el Señor. A la segunda pregunta,
Jesús responde por medio de esta
maravillosa parábola. Un hombre es
asaltado y dejado muy herido camino a Jericó.
Lo dejan a un lado casi muerto.
El primer personaje que pasa por el camino es un sacerdote (v. 31). El
sacerdote representa el religioso que supuestamente venía de servir en el
templo. Era una persona de prestigio dentro del pueblo. Según Números 19:11-16 regulaba no tocar
cadáveres ni nada inmundo. Quedaba
excluido de las ceremonias religiosas.
Sin embargo, el sacerdote ya venía del templo en dirección de su
casa. Su reacción, viéndole, paso de largo. Sencillamente
fue indiferente a la situación de la persona.
Lo vio, lo ignoró y no le prestó
ninguna ayuda al herido.
La segunda persona era un levita (v.
32) Tal como el sacerdote, representaba
también la parte religiosa y trabajaba en el templo de Jerusalén y reacciona de
manera similar al sacerdote. Llegando cerca….viéndole, pasó de
largo. Ambos olvidaron Levítico
19:34, Como a un natural de vosotros
tendréis al extranjero que more entre vosotros, y lo amarás como a ti
mismo. Tanto el sacerdote como el
levita, eran los encargados de dar ayuda a los necesitados. Olvidaron su llamado o vocación de Dios. Ambos vieron al hombre es muy mal estado, se
incomodaron al verlo, endurecieron su corazón y tranquilamente siguieron su
camino. La tercera persona en escena es
un samaritano. La Biblia, describe que la relación entre ambos pueblo era de
desprecio entre ambos. Los samaritanos
vienen de la mezcla del remanente judío con los gentiles que los asirios
llevaron a esa región después de invadir a Israel (2 Reyes 17-18). Las dos personas eran muy apreciados por el
pueblo. El samaritano era la persona
menos indicada para da ayuda a la persona herida. Fue
movido a misericordia….vendó sus heridas, echándole aceite y vino, y poniéndole
en su cabalgadura, lo llevó el mesón, y cuidó de él. Otro día al partir, sacó dos denarios, y los
dio al mesonero, y le dijo: Cuídamele, y
todo lo que gastes de más, yo te lo pagaré cuando regrese (v. 33-35). El samaritano pudo dejar al herido en el
camino después de darle los primeros auxilios y tratar de calmar su
conciencia. Hizo más de lo esperado.
Superó su propia comodidad y tuvo que caminar llevándole en su propio
caballo. ¿Habrá límites para la
misericordia? Algunas veces tratamos de
ser razonables con nuestro llamado a
amar, hacer misericordia y servir.
Podemos tantas y variadas objeciones:
no tengo tiempo, estoy muy ocupado.
Estoy corto de dinero. ¡Ojo con
la indiferencia hacia los demás! Debemos
caminar la segunda milla. El samaritano
compartió su tiempo, energía, recursos y comodidad para ayudar al
necesitado. La conclusión final y
respuesta que Jesús hace al intérprete y a nosotros hoy es: Vé, y haz tú lo mismo. ¡Nuestro prójimo lo necesita! Dios lo demanda. Bendiciones a todos.
Pero ¿Quién es mi prójimo?
ResponderEliminarJesús da la respuesta en el Cap. 10, versículo 36. No es el que recibe la ayuda, sino quien da la ayuda, ese es el verdadero prójimo.