Mejor
son dos que uno (por Henry Clay, tomado de Apuntes Pastorales, marzo 2013).
El
libro de Eclesiastés señala que es mejor
ser dos que uno, porque ambos pueden ayudarse mutuamente a lograr el
éxito. Si uno cae, el otro puede darle
la mano y ayudarle, pero el que cae y está solo, ese sí que está en problemas (Ecl.
4:9-10). En la vida espiritual, terminar
la carrera es mucho más importante que empezarla. Una de las claves para terminar bien es
evitar la tentación de caminar solo, pues así podemos cultivar amistades
significativas con otras personas que nos pueden acompañar. Lamentablemente, mucha gente termina su vida
mucho mas sola de lo necesario. Este
aislamiento resulta de patrones en la vida que nunca lograron corregir.
La etapa de la juventud es la más
propicia para formar amistades, porque es en la que menos nos sentimos
presionados por la vida. Además poseemos
una especial flexibilidad para sobrellevar la injusticias, las incomprensiones
y las tradiciones que en otras etapas de la vida no gozamos. Si aprendemos a cultivar verdaderas amistades
durante la juventud conseguiremos también desarrollar los hábitos que nos
permitirán disfrutar un círculo de amigos a lo largo de toda la vida. Lamentablemente la iglesia no siempre provee
el mejor ambiente para formar amistades.
Son frecuentes los celos, las contiendas y la competencia entre
hermanos, actitudes que opacan la transparencia, la cual es esencial para
construir una amistad sana. A esto se
suma la costumbre, en el ámbito de la congregación, a relacionarnos más por
medio de reuniones que en contextos informales.
Con frecuencia un concepto errado de liderazgo adiciona complicaciones
al desafío de formar amistades: se cree
que cierta distancia entre el líder y sus seguidores es siempre necesaria.
Desde el contexto de la amistad
recibimos el ejemplo de algunos de los grandes héroes de la fe. Isaías 41:8 por ejemplo, Dios se refiere a
Abraham como s amigo, expresión que llama la atención porque Isaías vivió más
de mil años después del patriarca. El
autor de Éxodo 33:11 afirma que el Señor
hablaba con Moisés cara a cada, como cuando alguien habla con un amigo. Del mismo modo, en el Nuevo Testamento,
Jesús los declara a los Doce: ya no los llamo esclavos, porque el amo no
confía sus asuntos a los esclavos.
Ustedes ahora son mis amigos, porque les he contado todo lo que el Padre
me dijo (Jn 15:15, NTV). Los
conceptos más profundos de la amistad nacen de la relación que cultivamos con
Dios. Solemos afirmar que Dios es
nuestro amigo, que nos escucha, ayuda y protege, y esto es así. Pero es digno de notar, en los ejemplos
mencionados, que Dios llama a estos varones sus amigos. Representa todo un desafío para nosotros
relacionarnos de tal manera con el Señor a fin de que él nos considere sus
amigos. Es evidente que para que esto ocurra
se requerirá buscar no solamente la mano del Señor, por lo que podamos recibir
de él, sino también su rostro, por el compañerismo que logremos disfrutar con
él.
Una amistad como David y Jonatán es
poco común, pero vital para el crecimiento de las personas. El historiador nos relata en 1 Samuel 18,
que: después
de que David terminó de hablar con Saúl, conoció a Jonatán, el hijo del rey. De inmediato se creó un vínculo entre ellos,
pues Jonatán amó a David como a sí mismo (v. 1). El encuentro ocurrió después de la victoria
de David sobre Goliat. Es interesante
notar que Jonatán no alimentó celos hacia David, lo cual es una de las
cualidades más atractivas de una verdadera amistad: la persona se regocija en los logros de la
otra persona, como si fueran los de ella misma.
Llegó un momento en que estos dos varones debieron separarse físicamente
el uno del otro. No obstante, su amistad
se prolongó hasta el fin de su vida, porque gozaban de una unidad espiritual,
forjada en la adversidad y la aventura compartida. El historiados relata que, cuando David se
despidió de Jonatán, los dos lloraron, pero David lloró más que su amigo (1
Sam. 20:41). Esto podría indicar que la
amistad cobraba más importancia para David que para Jonatán. El hijo de Saúl volvería al palacio donde
permanecería rodeado de todos los lujos propios de un hijo de rey. Pero David sabía que al perder a Jonatán
también perdía todo pues de ahora en más su vida sería la de un prófugo. Estamos de acuerdo, que no podemos alcanzar
el mismo nivel de amistad con todos, aunque hemos sido llamados a amar a todos por
igual sin distingo alguno.
Finalmente, veamos brevemente
algunos ingredientes claves para forjar una buena amistad: 1)
Sacrificio por el otro (Romanos 5:8): lo que más mata la amistad es el
hábito de exigirle a la otra persona que nos sirva cuando debería ser lo
contrario. 2) Revelación mutua, no es posible cultivar una
amistad si no alimentamos la disposición de abrir nuestro corazón a la otra
persona. La confianza y la transparencia
fueron los primeros elementos que se perdieron cuando cayeron Adán y Eva. 3)
Exhortación mutua (Prov. 27:6, 9):
las correcciones de otros son las que nos salvan de nuestras propias
locuras y engaños. Necesitamos el amigo
fiel, que está dispuesto a decirnos lo que no queremos escuchar. 4)
Perseverancia (Prov. 17:17, En todo tiempo ama el amigo, y es como un
hermano en tiempo de angustia), la
presencia de un amigo en tiempos de angustia es un regalo que no tiene
precio. ¿Qué clase de amigos
somos? Reflexionemos al respecto y
tratemos de forjar mejores círculos de amistad entre aquellos que nos
rodean. Bendiciones a todos.
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