El
eslabón perdido del evangelio (por Chris Shaw, Apuntes Pastorales, Vol. XXII, Núm. 1).
Como parte del proceso de
elaboración para este número, realizamos una búsqueda de libros cristianos
sobre las buenas obras. Nuestra labor sin embargo fue infructuosa
y frustrante: no pudimos desenterrar una
sola obra evangélica que abarcara el tema.
En el proceso tuvimos que vadear por una interminable lista de libros
que ofrecían bendición y plenitud en la vida personal del cristiano. Sin embargo los resultados hablan con mayor
elocuencia de nuestras convicciones que la exhaustiva investigación del
analista más talentoso: vivimos en una
época en la que nuestra mayor pasión está reservada para nuestra propia vida y nuestros proyectos.
No debemos caer en los excesos de
aquellos que pretendían ganar el cielo con obras, seguimos perpetuando una
distorsión del evangelio bíblico. La
inquietud por esta deformación no es exclusiva de los últimos cuatrocientos
años. En su momento Santiago confrontó a
la iglesia por este mismo asunto: Hermanos míos, ¿de qué aprovechará si alguno
dice que tiene fe y no tiene obras? (Stg.
2:14). La respuesta a esa pregunta no
la dejó librada al gusto personal de sus lectores, más bien, y adoptando un
tono francamente ofensivo a nuestros oídos posmodernos, no dudó en
declarar: la fe, si no tiene obras, está completamente muerta (Stg.
2:17). ¿Será que la falta de obras en el
discípulo verdaderamente indica la ausencia de una vida espiritual? Nuestra teología nutrida por generaciones de
estudiosos, no logra desechar la categórica sentencia del apóstol y además, el
testimonio del Nuevo Testamento parece avalar la postura de Santiago. Pablo en su carta a los Efesios nos sorprende al revelar que….somos hechura suya, creados en Cristo Jesús
para buenas obras las cuales Dios preparó de antemano para que anduviésemos en
ellas (2:10). Resalta la misma
verdad cuando escribe a Tito, declarando que Cristo se dio a sí mismo por nosotros para redimirnos de toda maldad y
purificar para sí un pueblo propio, celoso de buenas obras (Tito
2:14). En la mente del apóstol, el
concepto buenas obras no describía la actividad de unos pocos devotos, sino la
esencia misma de lo que significaba ser un seguidor de Cristo. Por eso nuestra redención no puede ser
comprendida, salvo en el marco de las
buenas obras.
Con ese destino sagrado en mente,
Pablo exhortaba a Tito: Preséntate tú en todo como ejemplo de buenas
obras (Tito 2:7). No solamente
debía el joven obrero cultivar las buenas obras en su propia vida, sino que su
responsabilidad de formar a la iglesia debía apuntar hacia el mismo
objetivo: Palabra fiel es esta, y en estas cosas quiero que insistas con firmeza,
para los que creen a Dios procuren ocuparse en buenas obras. Estas cosas son buenas y útiles a los hombres
(Tito 3:8). Con un mismo sentir, el
autor de Hebreos anima a la iglesia: mantengamos firme, sin fluctuar, la
profesión de nuestra esperanza, porque fiel es el que prometió. Y considerémonos unos a otros para
estimularnos a las buenas obras (Hebreos
10:23-24). Por lo tanto, en el Nuevo
Testamento las buenas obras no ocupan un lugar periférico en la vida del
discípulo, sino que constituye una declaración de quienes somos en Cristo
Jesús.
Pensar en buenas obras, entonces, es
pensar en la gente con la que compartimos nuestra vida diaria. No olvidemos que usted y yo hemos sido
llamados a unirnos a las oras que él ya ha
preparado de antemano. ¡El trabajo
está hecho! A nosotros nos resta el
gozo de andar en ellas. Bendiciones a
todos.
Un mensaje oportuno y bueno para la consideración de aquellos que seguimos al Señor en estos complicados tiempos modernos. Desde Venezuela, un abrazo fraterno!!
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