lunes, 9 de septiembre de 2013

El eslabón perdido del evangelio.


El eslabón perdido del evangelio (por Chris Shaw, Apuntes Pastorales, Vol. XXII, Núm. 1).
            Como parte del proceso de elaboración para este número, realizamos una búsqueda de libros cristianos sobre las buenas obras.  Nuestra labor sin embargo fue infructuosa y frustrante:  no pudimos desenterrar una sola obra evangélica que abarcara el tema.  En el proceso tuvimos que vadear por una interminable lista de libros que ofrecían bendición y plenitud en la vida personal del cristiano.   Sin embargo los resultados hablan con mayor elocuencia de nuestras convicciones que la exhaustiva investigación del analista más talentoso:  vivimos en una época en la que nuestra mayor pasión está reservada para nuestra propia  vida y nuestros proyectos.
            No debemos caer en los excesos de aquellos que pretendían ganar el cielo con obras, seguimos perpetuando una distorsión del evangelio bíblico.  La inquietud por esta deformación no es exclusiva de los últimos cuatrocientos años.  En su momento Santiago confrontó a la iglesia por este mismo asunto:  Hermanos míos, ¿de qué aprovechará si alguno dice que tiene fe y no tiene obras?  (Stg. 2:14).   La respuesta a esa pregunta no la dejó librada al gusto personal de sus lectores, más bien, y adoptando un tono francamente ofensivo a nuestros oídos posmodernos, no dudó en declarar:  la fe, si no tiene obras, está completamente muerta (Stg. 2:17).  ¿Será que la falta de obras en el discípulo verdaderamente indica la ausencia de una vida espiritual?  Nuestra teología nutrida por generaciones de estudiosos, no logra desechar la categórica sentencia del apóstol y además, el testimonio del Nuevo Testamento parece avalar la postura de Santiago.   Pablo en su carta a los  Efesios nos sorprende al revelar que….somos hechura suya, creados en Cristo Jesús para buenas obras las cuales Dios preparó de antemano para que anduviésemos en ellas (2:10).  Resalta la misma verdad cuando escribe a Tito, declarando que Cristo se dio a sí mismo por nosotros para redimirnos de toda maldad y purificar para sí un pueblo propio, celoso de buenas obras (Tito 2:14).  En la mente del apóstol, el concepto buenas obras no describía la actividad de unos pocos devotos, sino la esencia misma de lo que significaba ser un seguidor de Cristo.  Por eso nuestra redención no puede ser comprendida,  salvo en el marco de las buenas obras.
            Con ese destino sagrado en mente, Pablo exhortaba a Tito:  Preséntate tú en todo como ejemplo de buenas obras (Tito 2:7).   No solamente debía el joven obrero cultivar las buenas obras en su propia vida, sino que su responsabilidad de formar a la iglesia debía apuntar hacia el mismo objetivo:   Palabra fiel es esta, y en estas cosas quiero que insistas con firmeza, para los que creen a Dios procuren ocuparse en buenas obras.  Estas cosas son buenas y útiles a los hombres (Tito 3:8).  Con un mismo sentir, el autor de Hebreos anima a la iglesia:  mantengamos firme, sin fluctuar, la profesión de nuestra esperanza, porque fiel es el que prometió.  Y considerémonos unos a otros para estimularnos  a las buenas obras (Hebreos 10:23-24).  Por lo tanto, en el Nuevo Testamento las buenas obras no ocupan un lugar periférico en la vida del discípulo, sino que constituye una declaración de quienes somos en Cristo Jesús.
            Pensar en buenas obras, entonces, es pensar en la gente con la que compartimos nuestra vida diaria.  No olvidemos que usted y yo hemos sido llamados a unirnos a las oras que él ya ha preparado de antemano.   ¡El trabajo está hecho!    A nosotros nos resta el gozo de andar en ellas.  Bendiciones a todos. 
            

1 comentario:

  1. Un mensaje oportuno y bueno para la consideración de aquellos que seguimos al Señor en estos complicados tiempos modernos. Desde Venezuela, un abrazo fraterno!!

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