Jesús dejó su trono por mi (por Dolly Martin Monroe).
Tú
dejaste tu trono y corona por mi, al venir a Belén a nacer. Mas a Ti no fue dado el entrar al mesón, y en
pesebre te hicieron nacer. Ven a mi
corazón, oh Cristo, pues en él hay lugar para ti. Ha dice la letra de uno de los himnos en esta
época que hemos cantado por muchos años y que nos recuerdan el nacimiento
glorioso de Jesús. Cada vez que se
canta, no podemos dejar de imaginarnos el trono y la corona que Jesucristo tuvo
que dejar a un lado para venir a este mundo ingrato.
Estudiando el libro de Apocalipsis,
el capítulo cuatro encontramos una descripción del salón real de Dios. La palabra trono se repite 14 veces en este
capítulo tan solo en 11 versículos.
Aunque no se describe el trono en sí, se nos ofrece del que está sentado
sobre el trono, de los truenos y relámpagos que salen del trono, del arco iris
alrededor del trono, del mar de vidrio en frente del trono, y de todos los
personajes que están alrededor del trono.
Si usted nunca ha leído este
pasaje, le animamos lo haga. Nos
impresionará la actividad que está sucediendo en los entornos de esa silla
real. Los cuatro seres vivientes no cesan de decir día y noche: Santo,
santo, santo es el Señor Todopoderoso, el que era, el que es, y el que ha de
venir. Al contemplar una escena tan
majestuosa, nos preguntamos: ¿cómo pudo Cristo haber dejado un lugar tan
perfecto, tan lleno de gloria y adoración?
Quedamos aún más maravillados cuando leemos el relato del nacimiento
de Jesús. No sólo dejó ese trono, esa
comunión con el Padre, y esa adoración de los seres vivientes y los ángeles,
sino que escogió el lugar más humilde de la tierra para nacer. No fue casualidad que nació en un pesebre,
sino que él lo planteó de esa manera.
¿Por qué? Sólo existe una respuesta: amor.
Un amor incomprensible por el ser humano, por mi y por ti.
Recordando el himno citado al
inicio, dice la letra: ….mas a Ti no fue dado el entrar al mesón y
en pesebre te hicieron nacer. Ven a mi
corazón oh Cristo, pues en el hay lugar para ti. Cada vez que se canta este himno, nos
preguntamos si nuestro corazón todavía tiene lugar para Cristo. Es tan fácil dejar a que las cosas
materiales, las actividades, y aun las personas ocupen ese lugar que debe ser reservado
para Aquel que tanto nos amó. Tal vez
nuestra fe se ha convertido en rutina y su corazón se ha enfriado hacia
Dios. Hagamos un auto examen y quitemos
todo aquello que esté usurpando el lugar que le corresponde sólo a Jesús. Confesemos nuestro pecado al que es fiel y
justo para perdonarnos y limpiarnos de toda maldad. Después con renovado entusiasmo digamos al
Señor: Ven a mi corazón oh Cristo, ven, pues en el hay lugar para ti.
Sirva
esta ocasión para acercarnos al Jesús de la Navidad y que disfrutemos de su
amor, gozo, paz y consuelo que únicamente él puede dar. El anuncio maravilloso sigue vigente con
sus beneficios universales: No temáis, porque he aquí os doy nuevas de
gran gozo, que será para todo el pueblo, que os ha nacido hoy, en la ciudad de
David, un Salvador, que es Cristo el Señor (Lucas 2:10-11). ¡Feliz Navidad!
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