lunes, 10 de marzo de 2014

Abandonando el pecado, surge la santidad (José Young, Apuntes Pastorales, Vol. XVIII, Núm. 4).

Abandonando el pecado, surge la santidad (José Young, Apuntes Pastorales, Vol. XVIII, Núm. 4).
Tratar el tema de la santidad es como caminar por un campo minado:  debe hacerse con mucha cautela.  Pues al tocar el tema, nos acercamos a unos de los nervios principales y más sensibles del cuerpo cristiano.  Todos sabemos cuál es el principal mandamiento de Dios, aquel que dirige todo lo que Dios demanda de nosotros.  Fue declarado directamente por nuestro Señor Jesucristo:  Ama al Señor tu Dios con todo tu corazón, con toda tu alma, con toda tu mente y con todas tus fuerzas (Marcos 12:30).  En la misma oportunidad, pronunció el segundo gran mandamiento en escala de importancia:  Ama a tu prójimo como a ti mismo (Marcos 12:31).  Con estos dos mandamientos, se enmarca la mayor parte de la vida cristiana.  Pero, quisiéramos sugerir uno en el tercer lugar de importancia:  Sean ustedes santos, porque yo soy santo (1 Pedro 1:16).  No es una sugerencia, y no hay alternativa.  Dios demanda nuestra santidad.  Y para acentuar la importancia que tiene la santidad en nuestra vida, el autor de Hebreos afirma categóricamente:  Pues sin la santidad, nadie podrá ver al Señor (Hebreos 12:14). 
            Este último versículo debe encender una luz roja de advertencia en nuestra mente.  Sin ninguna duda los temas de actualidad en nuestras iglesias son importantes:  la alabanza, la evangelización, el estudio, la liberación, la oración etc.  Pero a pesar de la importancia de los muchos temas que manejamos, la realidad es que sin la santidad, nadie podrá ver a Dios.  Si descuidamos esta dimensión de la vida cristiana, ninguna de las otras tiene valor.    Favor tomar nota de las siguientes declaraciones:
            1.  Somos santos, pero no lo somos.  Es decir, la Biblia dice que ya somos santos, sin embargo, también deja claro que todavía no lo somos en su sentido pleno.  El significado principal de la palabra santo es simplemente separado. Una cosa o persona santa, es  aquella que ha sido separada para Dios.  El cristiano es santo porque ya no es hijo de Satanás sino hijo de Dios.  Ha sido apartado de la humanidad para participar en un reino diferente, para participar en y con un pueblo diferente.  Es por esta razón que Pablo llama santos, a todos los que en cualquier lugar invocan el nombre de nuestro Señor Jesucristo (1 Cor. 1:2).  Si somos de Cristo, somos santos.
            2.  La santificación no es un evento, es un proceso.  Es tentador pensar que la conversión, u otra experiencia cristiana, incluyera la santificación como un hecho acabado definitivamente.  Pero, es una ilusión.  Siempre ha habido quienes piensen que esto sí es posible, especialmente en el siglo antepasado.  El planteamiento de esta gente es que un cristiano puede experimentar una consagración, un bautismo, una unción u otra clase de experiencia que lo deja libre de pecado.  Pero el apóstol Juan enseña que esta pretensión es mentira.  La persona que piensa que ha superado al pecado se engaña a sí misma (1 Juan 1:8).  Una buena parte del NT es exhortación a apartar de nuestra vida ciertas actitudes y prácticas, y a agregar a ella otras.
            3.  La santificación es inalcanzable.  Una multitud frente al trono de Dios en el cielo nos  afirma la verdad:  Pues solamente tú eres santo (Apoc. 15:4). Toda santidad humana o angélica es una pálida reflexión de la santidad de Dios.  La persona que piensa que ya ha alcanzado la santidad simplemente tiene un dios enano.  Al contrario, nuestra actitud debe ser igual a la de Pablo cuando dijo:  No quiero decir que ya lo haya conseguido todo, ni que ya lo haya conseguido todo, ni que ya sea perfecto, pero sigo adelante con la esperanza de alcanzarlo (Fil. 3:13).  Felizmente, nuestro Dios es muy grande, así que siempre estaremos lejos de ser como él, y siempre tendremos abundante espacio para crecer.
            4.  La santidad no es para una minoría elegida.  A veces pensamos que la santidad es para personas especiales o elegidas y con ello nos disculpamos.  Pero la exhortación está dirigida a toda la iglesia:  Porque ya sabéis qué instrucciones os dimos por el Señor Jesús, pues la voluntad de Dios es vuestra santificación (1 Tes. 4:2-3).   La voluntad de Dios para nosotros no es que seamos felices, ni realizados, ni prósperos, sino santos.  No importa cuánto éxito tengamos en la vida y en la iglesia, si perdemos en este aspecto, a los ojos de Dios, habremos fallado en lo principal.
            5.  La santificación nada tiene que ver con aislarse del mundo.   Tal como el pecado tiene sus raíces profundas dentro de nosotros (Marcos 7:20-23), así también la santidad se genera desde muy adentro.  Afecta nuestras actitudes y conducta, pero trasciende a ellas.  En términos bíblicos, tiene que ver con el corazón, con ese núcleo que controla todo lo que somos.   La santidad nada tiene que ver con las circunstancias que nos rodean.  Una persona puede ser santa en el negocio, aula o la cocina.  Pero  a la vez puede ser un diablo en el monasterio. 

            Finalmente, debemos entender que llevamos el mal en nosotros dondequiera que vayamos.    La santidad no tiene que ve con presencia, sino con esencia.  No tiene nada que ver con apariencia o características personales, sino con lo más profundo del ser humano.  Ser santo es sencillamente ser más parecido a Dios.  Bendiciones a todos. 

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